lunes, 17 de junio de 2013
MAPA CONCEPTUAL: MOVIMIENTOS SOCIALES Y COMUNICACION
ENLACES:
Medios como escenario de competencia.
Nuevos desafíos.
Carácter hegemónico de los medios.
Conquista de espacios comunicacionales.
Formación de Comunicadores.
PLURALIDAD CULTURAL Y COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA
Oscar
Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo
Toribio de Mogrovejo”
En el discurso sobre la comunicación en la sociedad, así como en el referente a la pluralidad cultural, se distinguen, o se deben distinguir, dos nociones fundamentales: el derecho a la libre expresión y el derecho a la comunicación.
El derecho a
la libre expresión o de información hace a alusión a que toda persona tiene el
derecho a manifestar públicamente su pensamiento o la información que posee,
sin tener por ello que sufrir censura, hostilización o amenaza por parte de
nadie. Es decir, hace alusión sólo a la persona que emite el mensaje en el
proceso comunicativo, sin implicar hacia los que reciben dichos mensajes
ninguna normatividad más que la de no interferir en el ejercicio de información
del otro. Esto, llevado al contexto de las comunicaciones a gran escala, a
través de los medios de audiencias, vendría a salvaguardar la labor
periodística o, en suma, mediática.
De otro
lado, tenemos el derecho a la comunicación, que es consecuencia de la misma
naturaleza humana, por la cual ningún hombre puede evitar ser, a la vez, fuente
de mensajes y decodificador, voluntario o involuntario, de otros tantos. El
derecho a la comunicación está referido, mayormente, a los valores de la
justicia, la tolerancia y el respeto. Es posible afirmar que incluye el derecho
a la libre expresión, pero lo complementa con el reconocimiento del otro como
sujeto de derecho en la misma medida que lo es el emisor – esto considerando
que, a la actualidad, las categorías tradicionales de emisor y receptor han
quedado superadas al reconocer el carácter interactivo de la comunicación, la
mudabilidad de los roles y el reconocimiento de la necesaria existencia del
feedback. Este derecho aun encuentra, en el contexto mediático actual, circunstancias
que no permiten su pleno ejercicio.
Alfonso
Gumucio Dagron inicia con esta diferenciación básica un análisis del contexto
de las comunicaciones actuales en relación a la construcción de una sociedad
culturalmente plural. Y este análisis primigenio podemos validarlo en nuestros
día y en nuestra sociedad: para ello, basta hacer una somera observación de las
grandes cadenas mediáticas, cuya hegemonía, más que estar sustentada en el
trabajo orientado hacia el bien de la comunidad, lo está por su orientación
lucrativa, en apoyo incondicional a los intereses de los emporios comerciales
en vigencia. La propuesta programática y contenidos de la gran mayoría de
medios, tanto de señal abierta como cerrada, son réplica del estilo de vida de
la cultura hegemónica – predominantemente Estados Unidos –, y mediante una
administración sostenida de dichos contenidos, orientan una percepción del
desarrollo necesariamente ligado al estilo americano. Y, en nombre de la
libertad de expresión, todo intento de equilibrar la balanza de los contenidos
mediáticos es satanizado, en nombre de la libertad de expresión, por Estados
Unidos, que se ha constituido a sí mismo como garante del respeto a este
derecho, aun pasando por encima de la comunidad internacional, esto es, la ONU.
Esta actitud
de terminante rechazo a toda iniciativa que varíe el orden actual de las
comunicaciones en el mundo se explica si se tiene en cuenta que, legitimado por
su política de deudas externas, Estados Unidos tiene bajo su control la mass
media de un gran porcentaje de los estados del tercer mundo. Antecedentes harto
elocuentes de su negativa a renunciar al gran poder que ejerce en la red
comunicativa mundial son su retiro de la UNESCO ante la elaboración, por parte
de dicho organismo internacional, del afamado y todavía vigente Informe McBride cuyo título “Un solo mundo, voces múltiples: comunicación e información
en nuestro tiempo”, documento que nació de la reflexión sobre la diversidad
cultural y la pluralidad comunicacional, y que “reveló los desajustes y
desequilibrios en lo flujos de información y en la concentración de medios en
manos de pocas manos, que dejaba a la mayor parte de los países del Tercer
Mundo sin voz en el concierto internacional”. Y, en aquella misma ocasión, la
formulación del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación
(NOMIC).
Posteriormente, en el año 2005, “luego de un encarnizado debate internacional , se aprobó por amplia mayoría en la UNESCO la ‘Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones’, a pesar de la férrea oposición del gobierno de Estados Unidos, que amenazó con retirarse otra vez de la UNESCO”.
Se ha considerado la relevancia de poner énfasis de una manera detallada sobre estos actos de un gobierno que mantiene una hegemonía tan marcada sobre diversas sociedades – sin olvidar que no es el único caso – en vista de la función que corresponde a los comunicadores del desarrollo. Existe un paradigma del desarrollo que concibe a éste como consecuencia de la imitación de los patrones conductuales – entre los cuales se cuenta, por supuesto, los hábitos de consumo – de las sociedades desarrolladas e industrializadas. Sin embargo, esta es una concepción instrumental, pues en último término busca legitimar el consumo masivo por parte de los países subdesarrollados. Los países hegemónicos buscan mantener su poder, el cuál es, ante todo – y dada la opción tomada por los Estados Unidos – función directa de su solvencia económica, la cual, a su vez, sostiene mediante el consumo en masa. Este paradigma, lejos de contemplar con benevolencia la pluralidad cultural, tiende a un “pensamiento único” que debe absorber culturas. De alguna manera, Estados Unidos busca “elaborar” su propio mercado.
Los comunicadores del desarrollo deben estar conscientes de esta manera de proceder para plantear planes que satisfagan las necesidades reales de las comunidades, empoderándolos, procurando poner los medios para que las personas inmersas en el proceso alcancen un desarrollo integral, que no necesariamente este referido al desarrollo según culturas extranjeras, sino referido a los retos que les plantea su propio contexto, valorando y fortaleciendo aquello que las define como culturas únicas; que facilite el acceso y la participación de los miembros de la comunidad a los medios de comunicación, pues al generar “productos culturales”, ellos se fortalecen en identidad a la vez que se hacen más aptos a alcanzar una comunicación horizontal con otras culturas. O, en términos citados por Gumucio, fomentar que estas comunidades “reivindiquen sus tradiciones” para “favorecer mayores innovaciones”.
Los comunicadores del desarrollo deben estar conscientes de esta manera de proceder para plantear planes que satisfagan las necesidades reales de las comunidades, empoderándolos, procurando poner los medios para que las personas inmersas en el proceso alcancen un desarrollo integral, que no necesariamente este referido al desarrollo según culturas extranjeras, sino referido a los retos que les plantea su propio contexto, valorando y fortaleciendo aquello que las define como culturas únicas; que facilite el acceso y la participación de los miembros de la comunidad a los medios de comunicación, pues al generar “productos culturales”, ellos se fortalecen en identidad a la vez que se hacen más aptos a alcanzar una comunicación horizontal con otras culturas. O, en términos citados por Gumucio, fomentar que estas comunidades “reivindiquen sus tradiciones” para “favorecer mayores innovaciones”.
Pluralidad, diversidad y diferencia son categorías que deben definir una actitud de respeto en los comunicadores. No se trataría de encajar a una comunidad en un paradigma de desarrollo que no corresponde a su contexto. Es necesario ser conscientes que vamos a acompañar a dicha comunidad en la búsqueda de “su propio” desarrollo. Bajo esta actitud, es posible colegir que aun para nosotros se trataría de una aventura, pues no podemos prever cuál será el potencial de cambio de un público empoderado.
MODERNUS INTERRUPTUS: LAS OTRAS IDEAS DEL DESARROLLO
Modernización
y desarrollo. Dos categorías que han inspirado los más variados discursos sobre
comunicación y sociedad desde que, en el marco de la Segunda Guerra Mundial,
quedara patente el gran potencial de influencia que los medios de comunicación
masivos podían ejercer sobre grupos humanos, hasta nuestros días, en que ya no se habla de una sola
concepción de desarrollo, sino que se ha evolucionado al reconocimiento de
varias expresiones de desarrollo, pese a que en el campo de la realidad, se
presentan aún fuertes contradicciones en lo que a desarrollo respecta.
La
interrogante que da inicio a esta disertación sobre las diferentes nociones de
desarrollo se proyecta al planteamiento de una definición convincente ante un
contexto que ejerce criterios originarios de mediados del siglo XX: ¿Qué es el
desarrollo? Mediante una revisión histórica de dicha noción, Sandro Velarde
hace un breve recuento de los orígenes de la cuestión del desarrollo. El punto
histórico referencial donde podemos ubicar los primeros esbozos de discursos
acerca del desarrollo se remonta al fin de la Segunda Guerra Mundial. Estados
Unidos se constituyó una potencia a nivel mundial, destacándose, sobre todas
las cosas, por su bonanza económica y su estilo de vida sumamente holgado – y
marcado por el consumo y la producción en masa. Ante la inminencia de una
“guerra fría”, en la que capitalismo y comunismo se enfrentarían, Estados
Unidos previó, como una manera de evitar el avance del comunismo aplicar la
política del “buen vecino”, alimentando las economías de muchas naciones del
Tercer Mundo. La concepción hacia la cual la potencia norteamericana se
inclinaba mayoritariamente pasaba por considerar la modernización como “el
proceso por el cual los individuos modifican un estilo de vivir, aumentando su
complejidad e inclinándose por los adelantos de la tecnología y los cambios
rápidos, en tanto que desarrollo se entiende como un tipo de cambio social en
el que se introduce nuevas ideas en el sistema, con el fin de producir
elevaciones en los ingresos per cápita y mejores niveles de vida, por medios de
producción más modernos y mejoras en la organización social”.
Capacidad de consumo y acceso a la tecnología
eran los factores esenciales del desarrollo estadounidense durante la década de
los 50 y, correspondientemente, se asumió que dicho estilo de vida sobrevendría
como consecuencia natural al poner a las masas subdesarrolladas en contacto con
ambos factores, dinero y tecnología. Como suplemento para incentivar en los
pueblos del Tercer Mundo las altas aspiraciones de desarrollo es que WilburSchramm plantea una teoría acorde con la
concepción funcional de la comunicación social – se tenía en mente que los
medios ejercían un efecto directo sobre los comportamientos –, según la cual
los medios de comunicación debían ser puestos al servicio de las masas
subdesarrolladas, para hacer posible su modernización. Nobles aspiraciones, a
primera impresión, pero ¿a qué se refería Schramm con poner los medios al
servicio del desarrollo de los pueblos atrasados? Quiere decir que “la
comunicación moderna debía ponerse al servicio del desarrollo de los países
atrasados y que el creciente flujo de información sería un elemento importante
para configurar un sentimiento nacionalista a favor del desarrollo”. “Basándose
en las investigaciones de la Mass Communication Research, con fuerte influencia
conductista sobre el análisis funcional de la comunicación que hace
referencia a las funciones del proceso comunicativo, dichas funciones tienen
como misión la vigilancia o supervisión del entorno, sobre todo informar
sobre las bondades del desarrollo, la correlación de distintas partes de la
sociedad en su respuesta al entorno, o sea sugerencias de cómo reaccionar
ante los acontecimientos, en este caso, la asimilación mágica de la modernidad
y por último, la transmisión de la herencia social de una generación a la
siguiente, es decir la capacidad de transmitir valores y comportamientos
“civilizados” de una generación a otra, de este modo asegurar y garantizar a
largo plazo la concientización de las “masas” subdesarrolladas sobre la
importancia de los procesos de desarrollo”.
En la actualidad, se puede decir que el
esquema comunicativo empleado por Estados Unidos se ha mantenido en su esencia.
Los contenidos transmitidos por los medios distan mucho de ser equilibrados
culturalmente, pues en la gran mayoría de casos, hay siempre una alta cuota de contenidos
que hacen alusión al estilo de vida norteamericano. Se puede verificar con un
mínimo de observación que, en Perú, la alta valoración dada a los estereotipos
relacionados con la cultura estadounidense (tipo de música, estilo de vestir,
jergas, apariencia física, patrones de comportamiento familiar y social, entre
otros). Del total de películas que llegan a nuestras salas de cine, cuando
menos la mitad son de procedencia estadounidense. Otro tanto sucede con la
radio – en dicho medio es más difícil controlar los contenidos, pero también se
da, sobre todo en las afiliadas a grandes cadenas –, en la cual podemos
apreciar la gran popularidad de que gozan temas musicales o estilos de locución
alusivos a Norteamérica.
El modelo planteado por Schramm es
eminentemente vertical, y supone un menosprecio a todo lo que culturalmente
difiera con el paradigma de desarrollo, que para el caso de Latinoamérica es
Estados Unidos. En coherencia con lo anterior, el tratamiento dado a los
públicos como “masas” deshumaniza al colectivo, legitimando así la omisión a
toda iniciativa que pretenda reivindicar en el público el derecho a ejercer su
derecho, tanto colectivo como a nivel individual, a la comunicación. Y menos
aun considera la posibilidad de la participación: las masas deben ser formadas
y han de ser necesariamente pasivas.
Posteriormente
quedaría comprobado que la tecnología no tenía el carácter determinista que se
le atribuyó en un principio. Entonces se cuestionaría la dependencia existente
en los países subdesarrollados hacia los países desarrollados, la cual, según
los defensores de la teoría de la dependencia, tendría en cuenta factores
políticos, económicos, sociales y culturales. Esta teoría dio origen a varias
iniciativas por reacción, entre ellas el Nuevo Orden Mundial de la Informacióny la Comunicación. En este último se haría mención, entre otros puntos, un
pesimismo en la programación con todo aquello que proviene del Tercer Mundo, en
contraste con la sobredimensión de lo concerniente a los países desarrollados.
Finalmente,
en las últimas décadas, las Nuevas Tecnologías de la Información y la
Comunicación aparentemente han contribuido a democratizar la comunicación en el
mundo. Pero esto definitivamente sigue siendo relativo. Se da una concentración
escandalosamente mayor de las TIC’s en los países desarrollados que en los denominados “en desarrollo”, habiendo como
precedente una negativa de aquellos para aportar un presupuesto que favorezca
un mayor flujo de TIC’s en éstos últimos.
Los
comunicadores no debemos ser ajenos a estos aspectos de coyuntura. Desde el
equilibrio de los contenidos, pasando por el respeto a la diversidad cultural,
hasta el acceso a las TIC’s son condiciones que, cada cual a su medida,
contribuyen a brindar herramientas útiles para que se dé una comunicación justa
entre los países. Es importante, asimismo, estar prevenidos de las
circunstancias por las que atraviesa el mundo de los medios de comunicación, ya
que sólo de esta manera es posible vigilar nuestros propios comportamientos,
procedimientos y expectativas en nuestro trabajo con los colectivos. Pues, de
lo contrario, puede ocurrir que seamos sólo réplicas de las injusticias que se
ejercen desde los países hegemónicos.
Oscar
Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo
Toribio de Mogrovejo”
MODERNIDAD, POSTMODERNIDAD Y MODERNIDADES: DISCURSOS SOBRE LA CRISIS Y LA DIFERENCIA
La
modernidad se caracterizó por la búsqueda concienzuda de la verdad realizada
con espíritu crítico, y dicha crítica fue circunstancia voluntariamente
propiciada con el fin de acceder al conocimiento profundo de la realidad para
lograr su ansiada transparencia, es decir, un estado en el cual la realidad,
habiendo sida estudiada exhaustivamente, aparecería como al desnudo: esto
representaría un conocimiento absoluto, la corona de gloria digna de la Diosa
Razón. Pero, como tal, es un proceso – o fenómeno – que tuvo lugar sólo en
Europa y en Estados Unidos, en la cual el movimiento modernizador se tradujo en
desarrollo de la ciencia, la técnica y aun en el ámbito filosófico. Sin
embargo, su esencia mutó con el discurrir del tiempo, y al sonido mecanizado de
las fábricas de la revolución industrial, dejó de ser “experiencia crítica que
alienta movimientos para convertirse en ideología y culto lo moderno”. Culto compulsivo, que se tradujo
en afán creciente de acceder a nuevos estilos de vida, basada en la concepción
económica del progreso humano, y que constituiría el germen de la tendencia
consumista de la que, hoy más que nunca, tenemos patentes testimonios en
nuestra sociedad.
Al vaciarse
de la disertación teórica propia del ambiente auténticamente crítico e ilustrado,
las naciones modernas sufrieron una mutación de carácter cultural que
contribuye sustancialmente a explicar el ulterior panorama postmoderno: la
pérdida del sentido de la realidad. Al progresar los avances tecnológicos,
abocados a la sola misión de su propio desarrollo, los orfebres del modernismo
fueron descubriendo que la realidad poseía horizontes muchísimo más vastos de
lo que ellos habían sido capaces de imaginar, y que a medida en que se
profundizaba en el conocimiento de los aspectos específicos que estudiasen, el
avanzar hacia el extremo de la rama necesariamente implicaba la pérdida de
vista del tronco: significaba renunciar a la posibilidad de la unificación del
conocimiento para asumir que la realidad, si había de ser conocida a profundidad,
sólo lo sería de manera siempre especializada, fragmentada.
Desde
entonces, el estudio de la ciencia-técnica (porque, cabe decirlo, ambas se
toman en la actualidad de manera siempre correlativa, una al servicio de la
otra) se ha especializado. Vivimos en una sociedad en la cual el grado de
especialización el valor agregado a la persona. O, mejor dicho, representa un
valor agregado para la misma en un contexto de mercado. Podemos decir que el
hombre moderno, ante la magnitud de la información con la que cuenta sobre la realidad y la
complejidad de la misma, se ha percatado de la utopía que representa acceder al
conocimiento absoluto de la realidad. Y he aquí que la realidad total se
desfragmenta para el hombre moderno, pero esto no ocurre ya como método, sino
que se asume como parte misma de la realidad: irónicamente, Jesús
Martín-Barbero refiere una situación que se asemeja a la fábula de la zorra
que, al no poder alcanzar las uvas, las da por verdes para justificar el hecho
de no poseerlas. El hombre moderno encuentra su límite ante las inalcanzables
fronteras de la realidad, pero asume la fragmentación como aspecto natural de
la misma cuando, en realidad, ella sólo es el método humanamente necesario para
acceder al conocimiento de parte de la realidad. Y dada su opción, la
consecuencia es la pérdida del sentido de la realidad. Con esta artificio, la
realidad pasa a ser un terreno incierto: no existen valores absolutos, ni
éticos ni morales, que llenen de sentido la vida moderna. Y de ello se desprende
“un malestar”, “una imprecisa y ambigua conciencia de un cambio de época que
(…) articula dos movimientos: uno de rechazo a la razón totalizante y su
objeto, y otro de búsqueda de una unidad no violenta de lo múltiple, con la
consiguiente revaloración de las fracturas, los fragmentos y las minorías (…)”,
a la que Barbero denomina Postmodernidad.
Así
identificada la Postmodernidad, ella revela una profunda necesidad humana: la
de poseer un sentido en la vida no de orden material, sino de una naturaleza
superior, que le provea de valores trascendentes. Hay una necesidad de
trascendencia humana que la modernidad ha dejado al descubierto al tornarse
postmodernidad.
La otra
parte de la reflexión la complementa el reconocimiento no de una sola
modernidad, sino de varias modernidades, las que son emblemas de las naciones
latinoamericanas. El proceso por el cual ellas acceden a la modernidad difiere
en mucho del proceso europeo: su carácter no es, como en el del viejo
continente, de carácter científico o filosófico, sino de carácter artístico y
político. Adquiere elementos de filosofías europeas, pero “eso no lo reduce a
mera importación e imitación, porque como lo demuestra la historia cultural y
la sociología del arte y la literatura, ese modernismo es también secularización
del lenguaje, profesionalización del trabajo cultural, superación del complejo
colonial de inferioridad y liberación de una capacidad ‘antropofágica’ que se
propone ‘devorar al padre tótem europeo asimilando sus virtudes y tomando su
lugar’”. Y es que los contextos no son los mismos, ni las sociedades poseen las
mismas aspiraciones: al hacer una definición eurocentrista de la modernidad y
proceder a calificar a los pueblos latinoamericanos en función a este criterio
como “conformistas” o “alienados”, no se está adoptando una posición objetiva
del contexto para valorar que este determina la naturaleza de las necesidades,
y que estas reciben su valor real en función de los individuos que las
experimentan. Una característica del panorama modernizador latinoamericano es
que, pese a poseer diferentes legados culturales, en su proceso se encontraron
solidariamente unidos por una ambición sola: la de emancipación. De alguna
manera, ello engendró un vínculo entre
estas naciones, y que se traduce en constante intercambio cultural, en mayor o
menor grado. Y otra característica la representa por una alta tendencia a la
hibridación. Los pueblos latinoamericanos incorporan constantemente en su
acervo cultural características de otras culturas, pero no se puede decir que
se alienan completamente, pues estas importaciones rarísimas veces se mantienen
en su condición primigenia, sino que son incorporadas, modificadas y
apropiadas. De aquí que los pueblos latinoamericanos no posean sólo una
modernidad, sino varias modernidades, relacionadas entre sí por el vínculo
histórico de sus orígenes. Esta condición obliga a repensar la visión de
modernidad, con dos consecuencias: a) “la modernidad no es lineal e ineluctable
resultado en la cultura de la modernización socioeconómica, sino el entretejido
de múltiples temporalidades y mediaciones sociales, técnicas, políticas y
culturales”; y b) “quedan fuertemente heridos los imaginarios (…) que oponen
irreconciliablemente tradición y modernidad”.
Estas reflexiones pueden marcar la pauta de los comunicadores que trabajan proyectos para el desarrollo: asistimos a una época en la cual se padece una falta de sentido que se pretende llenar ineficazmente con información y consumo; y cuidar que el proyecto de desarrollo planteado no mire específicamente un solo aspecto, cuales pueden ser el político o el económico, entre otros, sino que ha de tender a la integración de todos los aspectos que componen en sí el desarrollo humano integral.
Oscar
Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo
Toribio de Mogrovejo”
“Comunicación Participativa: ¿El nuevo paradigma?”
“Comunicación Participativa: ¿El nuevo paradigma?” nos habla acerca de la comunicación participativa tomada como concepto en el contexto actual del discurso sobre la comunicación para el desarrollo. En principio, afirma la necesidad de un cambio de mentalidad en los comunicadores para cambiar el esquema tradicional de la comunicación social, el cual se ha caracterizado hasta ahora por su verticalidad, unidireccionalidad y linealidad en cuanto al flujo de mensajes, con el esquema tradicional emisor – mensaje – receptor.
Respecto a esta afirmación, la verificamos en los medios comerciales principalmente, dado que estos buscan lograr comportamientos específicos. La televisión en mayor medida, pero también la radio y la prensa actual realizan estudios de audiencias con el fin de conocer qué es lo que más le impresiona al público, aquello que llamará su atención sin lugar a duda, y se lo proporciona indiscriminadamente. Los contenidos de los programas no son aportantes, pero generan altas audiencias, altos niveles de sintonía con los que satisfacer las demandas del público anunciante. No se busca conocer las aspiraciones profundas de las personas que conforman las audiencias, porque el interés de los productores se centra en legitimar patrones de conducta que beneficien a los anunciantes, que son quienes sostienen dichas empresas de comunicación. La comercialización de la comunicación excluye la posibilidad de participación.
El nuevo modelo de comunicación debe estar basado en el diálogo, requiriendo mayor habilidad para escuchar e integrar al público en la toma de decisiones. Luego de presentar algunos paradigmas claves sobre el desarrollo como fin de los procesos de comunicación social, Servaes y Malikhao pasan a mostrar que el desarrollo no puede ser definido al margen del contexto de las comunidades, ni circunscribirse sólo al progreso económico o político. Existe una interdependencia entre las comunidades que coexisten, sean del nivel que sean: ninguna es plenamente autosuficiente y autónoma, a la vez que ninguna está plenamente determinada por influencias externas. Es por ello que no se puede hablar del desarrollo como un estilo de vida tal o cual, homogéneo en todas partes, al cual todos los pueblos deben aspirar. Para evaluar el desarrollo de una comunidad, antes debemos evaluar los cambios en ella. En realidad, el desarrollo es una noción integral y abarca diversos ámbitos, los cuales, siendo los mismos en cuanto a la esencialidad de los criterios, no se manifiesta de las mismas formas de una sociedad a otra, ya que el cambio siempre es la respuesta a un contexto. Así, se puede considerar no un desarrollo, sino una multiplicidad de desarrollos, los cuales deben ser aceptados y respetados por las comunidades vecinas.
La comunicación participativa representa un desafío a la comunicación social. Al hablar de comunidades de menor escala, esto es, centros poblados, barriadas o instituciones educativas, entre otras, poner en práctica el diálogo exige un trabajo constante, laborioso y paciente. ¿Cómo poner en práctica la comunicación basada en el diálogo en un macrosistema de colectivos, dando la posibilidad de que todos expresen su propia palabra? De otro lado, nos exige un aprendizaje del respeto a las diferencias ajenas. La puesta en práctica de la comunicación en este sentido nos llevaría a considerar y asumir las diferencias de cada comunidad, contribuyendo a generar una mayor identidad local.
Oscar
Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo
Toribio de Mogrovejo”
Haciendo un contraste entre difusión y
comunicación participativa, tenemos que la difusión ha seguido siempre una
estrategia lineal, teniéndose la idea de que los medios sólo debían recomendar
al público qué hacer para alcanzar un estilo de vida más desarrollado; mientras
que la comunicación participativa busca establecer una horizontalidad, al
involucrar a la comunidad en lo concerniente a los contenidos a transmitirse,
así como también la producción de estos mensajes. Esta forma de ejercer la
comunicación promueve la afirmación de la identidad cultural, el respeto y la
pluralidad. La comunicación participativa, según Paulo Freire, consiste en dar
cabida a las personas para que ellas mismas expresen sus propias palabras. De
lo que no cabe dudar es que la comunicación interpersonal logra influir más en
el comportamiento que la difusión “masiva”. Algunos medios, por ello, emplean
estrategias que incluyen etapas en que, primeramente, se hace contacto personal
con las audiencias, para luego pasar a la comunicación a gran escala, desde
medios “masivos”.
La comunicación interpersonal tiene una valor
superior a las demás formas de comunicar. El contacto de persona a persona es
necesario para que se dé una auténtica comunicación para el participativa. Algo
de lo que no puede prescindir el comunicador antes de plantear un proyecto
desarrollista es de la interacción con la comunidad con la que desea trabajar,
pues para conocer sus necesidades y demandas, necesita volverse “uno más”. Es
preciso trascender la barrera de la formalidad y establecer contacto entre
productores y la comunidad, a fin de afianzar el nexo entre el medio y la
comunidad.
Existen dos enfoques principales que definen
la comunicación participativa. Por un lado, Paulo Freire centra su atención
sobre el estilo dialogal que necesariamente debe existir en el proceso
comunicativo para que se pueda hablar de comunicación participativa; estilo
fundamentado en un profundo respeto al derecho de cada persona de expresar su
propio pensamiento. Y se inclina a la vez por la búsqueda de soluciones
colectivas para el tratamiento de problemas colectivos. Para Freire, la
comunicación participativa es el medio por el cual los oprimidos pueden escapar
de la dominación de las empresas trasnacionales de comunicación: se aprecia en
él una cierta inclinación al marxismo.
De otro lado, tenemos el enfoque aportado por
la UNESCO en 1977. La UNESCO incide
sobre la definición de tres términos, a saber: acceso, participación y
autogestión. EL acceso es entendido como el “uso de los medios a favor del
público”, la posibilidad que tienen de elegir sus programas y sus contenidos;
la participación es el involucramiento también en la producción de los
programas; y, finalmente, autogestión es la capacidad de decidir que tiene la
comunidad sobre los asuntos del medio como empresa, así como en el diseño de
planes y políticas del medio. En este enfoque, cabe la posibilidad de una
gradualidad en la forma como se van ejerciendo.
Lo anteriormente señalado son aspectos que
definen la comunicación participativa en sus aspectos esenciales. Todo proyecto
de comunicación participativa que se planteé, para ser tal, debe cuidar
corresponder con las características anotadas: el diálogo con la comunidad, en
constante esfuerzo por hacer la comunicación medio – comunidad lo más
horizontal posible; orientarse hacia el desarrollo, no visto como paradigma
único e indistinto en todo lugar, sino como cambio constante por el cual la
comunidad genera soluciones colectivas sin renunciar a su identidad cultural;
permitir el acceso de la comunidad a los medios para que puedan elegir lo que
quieren recibir de ellos, y la participación, esto es, involucrarlos en la
producción de los mensajes que desean recibir. El papel del comunicador pasa
por ser facilitador de estos procesos, y requiere ser consciente de los
criterios anteriores para desempeñar el papel que le corresponde.
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