Modernización
y desarrollo. Dos categorías que han inspirado los más variados discursos sobre
comunicación y sociedad desde que, en el marco de la Segunda Guerra Mundial,
quedara patente el gran potencial de influencia que los medios de comunicación
masivos podían ejercer sobre grupos humanos, hasta nuestros días, en que ya no se habla de una sola
concepción de desarrollo, sino que se ha evolucionado al reconocimiento de
varias expresiones de desarrollo, pese a que en el campo de la realidad, se
presentan aún fuertes contradicciones en lo que a desarrollo respecta.
La
interrogante que da inicio a esta disertación sobre las diferentes nociones de
desarrollo se proyecta al planteamiento de una definición convincente ante un
contexto que ejerce criterios originarios de mediados del siglo XX: ¿Qué es el
desarrollo? Mediante una revisión histórica de dicha noción, Sandro Velarde
hace un breve recuento de los orígenes de la cuestión del desarrollo. El punto
histórico referencial donde podemos ubicar los primeros esbozos de discursos
acerca del desarrollo se remonta al fin de la Segunda Guerra Mundial. Estados
Unidos se constituyó una potencia a nivel mundial, destacándose, sobre todas
las cosas, por su bonanza económica y su estilo de vida sumamente holgado – y
marcado por el consumo y la producción en masa. Ante la inminencia de una
“guerra fría”, en la que capitalismo y comunismo se enfrentarían, Estados
Unidos previó, como una manera de evitar el avance del comunismo aplicar la
política del “buen vecino”, alimentando las economías de muchas naciones del
Tercer Mundo. La concepción hacia la cual la potencia norteamericana se
inclinaba mayoritariamente pasaba por considerar la modernización como “el
proceso por el cual los individuos modifican un estilo de vivir, aumentando su
complejidad e inclinándose por los adelantos de la tecnología y los cambios
rápidos, en tanto que desarrollo se entiende como un tipo de cambio social en
el que se introduce nuevas ideas en el sistema, con el fin de producir
elevaciones en los ingresos per cápita y mejores niveles de vida, por medios de
producción más modernos y mejoras en la organización social”.
Capacidad de consumo y acceso a la tecnología
eran los factores esenciales del desarrollo estadounidense durante la década de
los 50 y, correspondientemente, se asumió que dicho estilo de vida sobrevendría
como consecuencia natural al poner a las masas subdesarrolladas en contacto con
ambos factores, dinero y tecnología. Como suplemento para incentivar en los
pueblos del Tercer Mundo las altas aspiraciones de desarrollo es que WilburSchramm plantea una teoría acorde con la
concepción funcional de la comunicación social – se tenía en mente que los
medios ejercían un efecto directo sobre los comportamientos –, según la cual
los medios de comunicación debían ser puestos al servicio de las masas
subdesarrolladas, para hacer posible su modernización. Nobles aspiraciones, a
primera impresión, pero ¿a qué se refería Schramm con poner los medios al
servicio del desarrollo de los pueblos atrasados? Quiere decir que “la
comunicación moderna debía ponerse al servicio del desarrollo de los países
atrasados y que el creciente flujo de información sería un elemento importante
para configurar un sentimiento nacionalista a favor del desarrollo”. “Basándose
en las investigaciones de la Mass Communication Research, con fuerte influencia
conductista sobre el análisis funcional de la comunicación que hace
referencia a las funciones del proceso comunicativo, dichas funciones tienen
como misión la vigilancia o supervisión del entorno, sobre todo informar
sobre las bondades del desarrollo, la correlación de distintas partes de la
sociedad en su respuesta al entorno, o sea sugerencias de cómo reaccionar
ante los acontecimientos, en este caso, la asimilación mágica de la modernidad
y por último, la transmisión de la herencia social de una generación a la
siguiente, es decir la capacidad de transmitir valores y comportamientos
“civilizados” de una generación a otra, de este modo asegurar y garantizar a
largo plazo la concientización de las “masas” subdesarrolladas sobre la
importancia de los procesos de desarrollo”.
En la actualidad, se puede decir que el
esquema comunicativo empleado por Estados Unidos se ha mantenido en su esencia.
Los contenidos transmitidos por los medios distan mucho de ser equilibrados
culturalmente, pues en la gran mayoría de casos, hay siempre una alta cuota de contenidos
que hacen alusión al estilo de vida norteamericano. Se puede verificar con un
mínimo de observación que, en Perú, la alta valoración dada a los estereotipos
relacionados con la cultura estadounidense (tipo de música, estilo de vestir,
jergas, apariencia física, patrones de comportamiento familiar y social, entre
otros). Del total de películas que llegan a nuestras salas de cine, cuando
menos la mitad son de procedencia estadounidense. Otro tanto sucede con la
radio – en dicho medio es más difícil controlar los contenidos, pero también se
da, sobre todo en las afiliadas a grandes cadenas –, en la cual podemos
apreciar la gran popularidad de que gozan temas musicales o estilos de locución
alusivos a Norteamérica.
El modelo planteado por Schramm es
eminentemente vertical, y supone un menosprecio a todo lo que culturalmente
difiera con el paradigma de desarrollo, que para el caso de Latinoamérica es
Estados Unidos. En coherencia con lo anterior, el tratamiento dado a los
públicos como “masas” deshumaniza al colectivo, legitimando así la omisión a
toda iniciativa que pretenda reivindicar en el público el derecho a ejercer su
derecho, tanto colectivo como a nivel individual, a la comunicación. Y menos
aun considera la posibilidad de la participación: las masas deben ser formadas
y han de ser necesariamente pasivas.
Posteriormente
quedaría comprobado que la tecnología no tenía el carácter determinista que se
le atribuyó en un principio. Entonces se cuestionaría la dependencia existente
en los países subdesarrollados hacia los países desarrollados, la cual, según
los defensores de la teoría de la dependencia, tendría en cuenta factores
políticos, económicos, sociales y culturales. Esta teoría dio origen a varias
iniciativas por reacción, entre ellas el Nuevo Orden Mundial de la Informacióny la Comunicación. En este último se haría mención, entre otros puntos, un
pesimismo en la programación con todo aquello que proviene del Tercer Mundo, en
contraste con la sobredimensión de lo concerniente a los países desarrollados.
Finalmente,
en las últimas décadas, las Nuevas Tecnologías de la Información y la
Comunicación aparentemente han contribuido a democratizar la comunicación en el
mundo. Pero esto definitivamente sigue siendo relativo. Se da una concentración
escandalosamente mayor de las TIC’s en los países desarrollados que en los denominados “en desarrollo”, habiendo como
precedente una negativa de aquellos para aportar un presupuesto que favorezca
un mayor flujo de TIC’s en éstos últimos.
Los
comunicadores no debemos ser ajenos a estos aspectos de coyuntura. Desde el
equilibrio de los contenidos, pasando por el respeto a la diversidad cultural,
hasta el acceso a las TIC’s son condiciones que, cada cual a su medida,
contribuyen a brindar herramientas útiles para que se dé una comunicación justa
entre los países. Es importante, asimismo, estar prevenidos de las
circunstancias por las que atraviesa el mundo de los medios de comunicación, ya
que sólo de esta manera es posible vigilar nuestros propios comportamientos,
procedimientos y expectativas en nuestro trabajo con los colectivos. Pues, de
lo contrario, puede ocurrir que seamos sólo réplicas de las injusticias que se
ejercen desde los países hegemónicos.
Oscar
Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo
Toribio de Mogrovejo”
No hay comentarios:
Publicar un comentario