Oscar
Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo
Toribio de Mogrovejo”
En el discurso sobre la comunicación en la sociedad, así como en el referente a la pluralidad cultural, se distinguen, o se deben distinguir, dos nociones fundamentales: el derecho a la libre expresión y el derecho a la comunicación.
El derecho a
la libre expresión o de información hace a alusión a que toda persona tiene el
derecho a manifestar públicamente su pensamiento o la información que posee,
sin tener por ello que sufrir censura, hostilización o amenaza por parte de
nadie. Es decir, hace alusión sólo a la persona que emite el mensaje en el
proceso comunicativo, sin implicar hacia los que reciben dichos mensajes
ninguna normatividad más que la de no interferir en el ejercicio de información
del otro. Esto, llevado al contexto de las comunicaciones a gran escala, a
través de los medios de audiencias, vendría a salvaguardar la labor
periodística o, en suma, mediática.
De otro
lado, tenemos el derecho a la comunicación, que es consecuencia de la misma
naturaleza humana, por la cual ningún hombre puede evitar ser, a la vez, fuente
de mensajes y decodificador, voluntario o involuntario, de otros tantos. El
derecho a la comunicación está referido, mayormente, a los valores de la
justicia, la tolerancia y el respeto. Es posible afirmar que incluye el derecho
a la libre expresión, pero lo complementa con el reconocimiento del otro como
sujeto de derecho en la misma medida que lo es el emisor – esto considerando
que, a la actualidad, las categorías tradicionales de emisor y receptor han
quedado superadas al reconocer el carácter interactivo de la comunicación, la
mudabilidad de los roles y el reconocimiento de la necesaria existencia del
feedback. Este derecho aun encuentra, en el contexto mediático actual, circunstancias
que no permiten su pleno ejercicio.
Alfonso
Gumucio Dagron inicia con esta diferenciación básica un análisis del contexto
de las comunicaciones actuales en relación a la construcción de una sociedad
culturalmente plural. Y este análisis primigenio podemos validarlo en nuestros
día y en nuestra sociedad: para ello, basta hacer una somera observación de las
grandes cadenas mediáticas, cuya hegemonía, más que estar sustentada en el
trabajo orientado hacia el bien de la comunidad, lo está por su orientación
lucrativa, en apoyo incondicional a los intereses de los emporios comerciales
en vigencia. La propuesta programática y contenidos de la gran mayoría de
medios, tanto de señal abierta como cerrada, son réplica del estilo de vida de
la cultura hegemónica – predominantemente Estados Unidos –, y mediante una
administración sostenida de dichos contenidos, orientan una percepción del
desarrollo necesariamente ligado al estilo americano. Y, en nombre de la
libertad de expresión, todo intento de equilibrar la balanza de los contenidos
mediáticos es satanizado, en nombre de la libertad de expresión, por Estados
Unidos, que se ha constituido a sí mismo como garante del respeto a este
derecho, aun pasando por encima de la comunidad internacional, esto es, la ONU.
Esta actitud
de terminante rechazo a toda iniciativa que varíe el orden actual de las
comunicaciones en el mundo se explica si se tiene en cuenta que, legitimado por
su política de deudas externas, Estados Unidos tiene bajo su control la mass
media de un gran porcentaje de los estados del tercer mundo. Antecedentes harto
elocuentes de su negativa a renunciar al gran poder que ejerce en la red
comunicativa mundial son su retiro de la UNESCO ante la elaboración, por parte
de dicho organismo internacional, del afamado y todavía vigente Informe McBride cuyo título “Un solo mundo, voces múltiples: comunicación e información
en nuestro tiempo”, documento que nació de la reflexión sobre la diversidad
cultural y la pluralidad comunicacional, y que “reveló los desajustes y
desequilibrios en lo flujos de información y en la concentración de medios en
manos de pocas manos, que dejaba a la mayor parte de los países del Tercer
Mundo sin voz en el concierto internacional”. Y, en aquella misma ocasión, la
formulación del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación
(NOMIC).
Posteriormente, en el año 2005, “luego de un encarnizado debate internacional , se aprobó por amplia mayoría en la UNESCO la ‘Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones’, a pesar de la férrea oposición del gobierno de Estados Unidos, que amenazó con retirarse otra vez de la UNESCO”.
Se ha considerado la relevancia de poner énfasis de una manera detallada sobre estos actos de un gobierno que mantiene una hegemonía tan marcada sobre diversas sociedades – sin olvidar que no es el único caso – en vista de la función que corresponde a los comunicadores del desarrollo. Existe un paradigma del desarrollo que concibe a éste como consecuencia de la imitación de los patrones conductuales – entre los cuales se cuenta, por supuesto, los hábitos de consumo – de las sociedades desarrolladas e industrializadas. Sin embargo, esta es una concepción instrumental, pues en último término busca legitimar el consumo masivo por parte de los países subdesarrollados. Los países hegemónicos buscan mantener su poder, el cuál es, ante todo – y dada la opción tomada por los Estados Unidos – función directa de su solvencia económica, la cual, a su vez, sostiene mediante el consumo en masa. Este paradigma, lejos de contemplar con benevolencia la pluralidad cultural, tiende a un “pensamiento único” que debe absorber culturas. De alguna manera, Estados Unidos busca “elaborar” su propio mercado.
Los comunicadores del desarrollo deben estar conscientes de esta manera de proceder para plantear planes que satisfagan las necesidades reales de las comunidades, empoderándolos, procurando poner los medios para que las personas inmersas en el proceso alcancen un desarrollo integral, que no necesariamente este referido al desarrollo según culturas extranjeras, sino referido a los retos que les plantea su propio contexto, valorando y fortaleciendo aquello que las define como culturas únicas; que facilite el acceso y la participación de los miembros de la comunidad a los medios de comunicación, pues al generar “productos culturales”, ellos se fortalecen en identidad a la vez que se hacen más aptos a alcanzar una comunicación horizontal con otras culturas. O, en términos citados por Gumucio, fomentar que estas comunidades “reivindiquen sus tradiciones” para “favorecer mayores innovaciones”.
Los comunicadores del desarrollo deben estar conscientes de esta manera de proceder para plantear planes que satisfagan las necesidades reales de las comunidades, empoderándolos, procurando poner los medios para que las personas inmersas en el proceso alcancen un desarrollo integral, que no necesariamente este referido al desarrollo según culturas extranjeras, sino referido a los retos que les plantea su propio contexto, valorando y fortaleciendo aquello que las define como culturas únicas; que facilite el acceso y la participación de los miembros de la comunidad a los medios de comunicación, pues al generar “productos culturales”, ellos se fortalecen en identidad a la vez que se hacen más aptos a alcanzar una comunicación horizontal con otras culturas. O, en términos citados por Gumucio, fomentar que estas comunidades “reivindiquen sus tradiciones” para “favorecer mayores innovaciones”.
Pluralidad, diversidad y diferencia son categorías que deben definir una actitud de respeto en los comunicadores. No se trataría de encajar a una comunidad en un paradigma de desarrollo que no corresponde a su contexto. Es necesario ser conscientes que vamos a acompañar a dicha comunidad en la búsqueda de “su propio” desarrollo. Bajo esta actitud, es posible colegir que aun para nosotros se trataría de una aventura, pues no podemos prever cuál será el potencial de cambio de un público empoderado.
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