lunes, 17 de junio de 2013

MAPA CONCEPTUAL: MOVIMIENTOS SOCIALES Y COMUNICACION


ENLACES:
Medios como escenario de competencia.
Nuevos desafíos.
Carácter hegemónico de los medios.
Conquista de espacios comunicacionales.
Formación de Comunicadores.

MAPA CONCEPTUAL: CIUDADANOS EN ACCION
























ENLACES:
Ciudadanos en acción.
Actitud participativa.
Democratización de la comunicación.
Además: Democratización de la comunicación.
Metodología
Criterios para procesos participativos.

PLURALIDAD CULTURAL Y COMUNICACIÓN PARTICIPATIVA


Oscar Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo Toribio de Mogrovejo”

En el discurso sobre la comunicación en la sociedad, así como en el referente a la pluralidad cultural, se distinguen, o se deben distinguir, dos nociones fundamentales: el derecho a la libre expresión y el derecho a la comunicación.
El derecho a la libre expresión o de información hace a alusión a que toda persona tiene el derecho a manifestar públicamente su pensamiento o la información que posee, sin tener por ello que sufrir censura, hostilización o amenaza por parte de nadie. Es decir, hace alusión sólo a la persona que emite el mensaje en el proceso comunicativo, sin implicar hacia los que reciben dichos mensajes ninguna normatividad más que la de no interferir en el ejercicio de información del otro. Esto, llevado al contexto de las comunicaciones a gran escala, a través de los medios de audiencias, vendría a salvaguardar la labor periodística o, en suma, mediática.
De otro lado, tenemos el derecho a la comunicación, que es consecuencia de la misma naturaleza humana, por la cual ningún hombre puede evitar ser, a la vez, fuente de mensajes y decodificador, voluntario o involuntario, de otros tantos. El derecho a la comunicación está referido, mayormente, a los valores de la justicia, la tolerancia y el respeto. Es posible afirmar que incluye el derecho a la libre expresión, pero lo complementa con el reconocimiento del otro como sujeto de derecho en la misma medida que lo es el emisor – esto considerando que, a la actualidad, las categorías tradicionales de emisor y receptor han quedado superadas al reconocer el carácter interactivo de la comunicación, la mudabilidad de los roles y el reconocimiento de la necesaria existencia del feedback. Este derecho aun encuentra, en el contexto mediático actual, circunstancias que no permiten su pleno ejercicio.
Alfonso Gumucio Dagron inicia con esta diferenciación básica un análisis del contexto de las comunicaciones actuales en relación a la construcción de una sociedad culturalmente plural. Y este análisis primigenio podemos validarlo en nuestros día y en nuestra sociedad: para ello, basta hacer una somera observación de las grandes cadenas mediáticas, cuya hegemonía, más que estar sustentada en el trabajo orientado hacia el bien de la comunidad, lo está por su orientación lucrativa, en apoyo incondicional a los intereses de los emporios comerciales en vigencia. La propuesta programática y contenidos de la gran mayoría de medios, tanto de señal abierta como cerrada, son réplica del estilo de vida de la cultura hegemónica – predominantemente Estados Unidos –, y mediante una administración sostenida de dichos contenidos, orientan una percepción del desarrollo necesariamente ligado al estilo americano. Y, en nombre de la libertad de expresión, todo intento de equilibrar la balanza de los contenidos mediáticos es satanizado, en nombre de la libertad de expresión, por Estados Unidos, que se ha constituido a sí mismo como garante del respeto a este derecho, aun pasando por encima de la comunidad internacional, esto es, la ONU.
Esta actitud de terminante rechazo a toda iniciativa que varíe el orden actual de las comunicaciones en el mundo se explica si se tiene en cuenta que, legitimado por su política de deudas externas, Estados Unidos tiene bajo su control la mass media de un gran porcentaje de los estados del tercer mundo. Antecedentes harto elocuentes de su negativa a renunciar al gran poder que ejerce en la red comunicativa mundial son su retiro de la UNESCO ante la elaboración, por parte de dicho organismo internacional, del afamado y todavía vigente Informe McBride cuyo título “Un solo mundo, voces múltiples: comunicación e información en nuestro tiempo”, documento que nació de la reflexión sobre la diversidad cultural y la pluralidad comunicacional, y que “reveló los desajustes y desequilibrios en lo flujos de información y en la concentración de medios en manos de pocas manos, que dejaba a la mayor parte de los países del Tercer Mundo sin voz en el concierto internacional”. Y, en aquella misma ocasión, la formulación del Nuevo Orden Mundial de la Información y la Comunicación (NOMIC).



Posteriormente, en el año 2005, “luego de un encarnizado debate internacional , se aprobó por amplia mayoría en la UNESCO la ‘Convención sobre la protección y la promoción de la diversidad de las expresiones’, a pesar de la férrea oposición del gobierno de Estados Unidos, que amenazó con retirarse otra vez de la UNESCO”.
Se ha considerado la relevancia de poner énfasis de una manera detallada sobre estos actos de un gobierno que mantiene una hegemonía tan marcada sobre diversas sociedades – sin olvidar que no es el único caso – en vista de la función que corresponde a los comunicadores del desarrollo. Existe un paradigma del desarrollo que concibe a éste como consecuencia de la imitación de los patrones conductuales – entre los cuales se cuenta, por supuesto, los hábitos de consumo – de las sociedades desarrolladas e industrializadas. Sin embargo, esta es una concepción instrumental, pues en último término busca legitimar el consumo masivo por parte de los países subdesarrollados. Los países hegemónicos  buscan mantener su poder, el cuál es, ante todo – y dada la opción tomada por los Estados Unidos – función directa de su solvencia económica, la cual, a su vez, sostiene mediante el consumo en masa. Este paradigma, lejos de contemplar con benevolencia la pluralidad cultural, tiende a un “pensamiento único” que debe absorber culturas. De alguna manera, Estados Unidos busca “elaborar” su propio mercado. 
Los comunicadores del desarrollo deben estar conscientes de esta manera de proceder para plantear planes que satisfagan las necesidades reales de las comunidades, empoderándolos, procurando poner los medios para que las personas inmersas en el proceso alcancen un desarrollo integral, que no necesariamente este referido al desarrollo según culturas extranjeras, sino referido a los retos que les plantea su propio contexto, valorando y fortaleciendo aquello que las define como culturas únicas; que facilite el acceso y la participación de los miembros de la comunidad a los medios de comunicación, pues al generar “productos culturales”, ellos se fortalecen en identidad a la vez que se hacen más aptos a alcanzar una comunicación horizontal con otras culturas. O, en términos citados por Gumucio, fomentar que estas comunidades “reivindiquen sus tradiciones” para “favorecer mayores innovaciones”.
Pluralidad, diversidad y diferencia son categorías que deben definir una actitud de respeto en los comunicadores. No se trataría de encajar a una comunidad en un paradigma de desarrollo que no corresponde a su contexto. Es necesario ser conscientes que vamos a acompañar a dicha comunidad en la búsqueda de “su propio” desarrollo. Bajo esta actitud, es posible colegir que aun para nosotros se trataría de una aventura, pues no podemos prever cuál será el potencial de cambio de un público empoderado.


MODERNUS INTERRUPTUS: LAS OTRAS IDEAS DEL DESARROLLO

Modernización y desarrollo. Dos categorías que han inspirado los más variados discursos sobre comunicación y sociedad desde que, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, quedara patente el gran potencial de influencia que los medios de comunicación masivos podían ejercer sobre grupos humanos, hasta nuestros  días, en que ya no se habla de una sola concepción de desarrollo, sino que se ha evolucionado al reconocimiento de varias expresiones de desarrollo, pese a que en el campo de la realidad, se presentan aún fuertes contradicciones en lo que a desarrollo respecta.
La interrogante que da inicio a esta disertación sobre las diferentes nociones de desarrollo se proyecta al planteamiento de una definición convincente ante un contexto que ejerce criterios originarios de mediados del siglo XX: ¿Qué es el desarrollo? Mediante una revisión histórica de dicha noción, Sandro Velarde hace un breve recuento de los orígenes de la cuestión del desarrollo. El punto histórico referencial donde podemos ubicar los primeros esbozos de discursos acerca del desarrollo se remonta al fin de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos se constituyó una potencia a nivel mundial, destacándose, sobre todas las cosas, por su bonanza económica y su estilo de vida sumamente holgado – y marcado por el consumo y la producción en masa. Ante la inminencia de una “guerra fría”, en la que capitalismo y comunismo se enfrentarían, Estados Unidos previó, como una manera de evitar el avance del comunismo aplicar la política del “buen vecino”, alimentando las economías de muchas naciones del Tercer Mundo. La concepción hacia la cual la potencia norteamericana se inclinaba mayoritariamente pasaba por considerar la modernización como “el proceso por el cual los individuos modifican un estilo de vivir, aumentando su complejidad e inclinándose por los adelantos de la tecnología y los cambios rápidos, en tanto que desarrollo se entiende como un tipo de cambio social en el que se introduce nuevas ideas en el sistema, con el fin de producir elevaciones en los ingresos per cápita y mejores niveles de vida, por medios de producción más modernos y mejoras en la organización social”.



Capacidad de consumo y acceso a la tecnología eran los factores esenciales del desarrollo estadounidense durante la década de los 50 y, correspondientemente, se asumió que dicho estilo de vida sobrevendría como consecuencia natural al poner a las masas subdesarrolladas en contacto con ambos factores, dinero y tecnología. Como suplemento para incentivar en los pueblos del Tercer Mundo las altas aspiraciones de desarrollo es que WilburSchramm  plantea una teoría acorde con la concepción funcional de la comunicación social – se tenía en mente que los medios ejercían un efecto directo sobre los comportamientos –, según la cual los medios de comunicación debían ser puestos al servicio de las masas subdesarrolladas, para hacer posible su modernización. Nobles aspiraciones, a primera impresión, pero ¿a qué se refería Schramm con poner los medios al servicio del desarrollo de los pueblos atrasados? Quiere decir que “la comunicación moderna debía ponerse al servicio del desarrollo de los países atrasados y que el creciente flujo de información sería un elemento importante para configurar un sentimiento nacionalista a favor del desarrollo”. “Basándose en las investigaciones de la Mass Communication Research, con fuerte influencia conductista sobre el análisis funcional de la comunicación que hace referencia a las funciones del proceso comunicativo, dichas funciones tienen como misión la vigilancia o supervisión del entorno, sobre todo informar sobre las bondades del desarrollo, la correlación de distintas partes de la sociedad en su respuesta al entorno, o sea sugerencias de cómo reaccionar ante los acontecimientos, en este caso, la asimilación mágica de la modernidad y por último, la transmisión de la herencia social de una generación a la siguiente, es decir la capacidad de transmitir valores y comportamientos “civilizados” de una generación a otra, de este modo asegurar y garantizar a largo plazo la concientización de las “masas” subdesarrolladas sobre la importancia de los procesos de desarrollo”.
En la actualidad, se puede decir que el esquema comunicativo empleado por Estados Unidos se ha mantenido en su esencia. Los contenidos transmitidos por los medios distan mucho de ser equilibrados culturalmente, pues en la gran mayoría de casos, hay siempre una alta cuota de contenidos que hacen alusión al estilo de vida norteamericano. Se puede verificar con un mínimo de observación que, en Perú, la alta valoración dada a los estereotipos relacionados con la cultura estadounidense (tipo de música, estilo de vestir, jergas, apariencia física, patrones de comportamiento familiar y social, entre otros). Del total de películas que llegan a nuestras salas de cine, cuando menos la mitad son de procedencia estadounidense. Otro tanto sucede con la radio – en dicho medio es más difícil controlar los contenidos, pero también se da, sobre todo en las afiliadas a grandes cadenas –, en la cual podemos apreciar la gran popularidad de que gozan temas musicales o estilos de locución alusivos a Norteamérica.
El modelo planteado por Schramm es eminentemente vertical, y supone un menosprecio a todo lo que culturalmente difiera con el paradigma de desarrollo, que para el caso de Latinoamérica es Estados Unidos. En coherencia con lo anterior, el tratamiento dado a los públicos como “masas” deshumaniza al colectivo, legitimando así la omisión a toda iniciativa que pretenda reivindicar en el público el derecho a ejercer su derecho, tanto colectivo como a nivel individual, a la comunicación. Y menos aun considera la posibilidad de la participación: las masas deben ser formadas y han de ser necesariamente pasivas.
Posteriormente quedaría comprobado que la tecnología no tenía el carácter determinista que se le atribuyó en un principio. Entonces se cuestionaría la dependencia existente en los países subdesarrollados hacia los países desarrollados, la cual, según los defensores de la teoría de la dependencia, tendría en cuenta factores políticos, económicos, sociales y culturales. Esta teoría dio origen a varias iniciativas por reacción, entre ellas el Nuevo Orden Mundial de la Informacióny la Comunicación. En este último se haría mención, entre otros puntos, un pesimismo en la programación con todo aquello que proviene del Tercer Mundo, en contraste con la sobredimensión de lo concerniente a los países desarrollados.
Finalmente, en las últimas décadas, las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación aparentemente han contribuido a democratizar la comunicación en el mundo. Pero esto definitivamente sigue siendo relativo. Se da una concentración escandalosamente mayor de las TIC’s en los países desarrollados que en los  denominados “en desarrollo”, habiendo como precedente una negativa de aquellos para aportar un presupuesto que favorezca un mayor flujo de TIC’s en éstos últimos.
Los comunicadores no debemos ser ajenos a estos aspectos de coyuntura. Desde el equilibrio de los contenidos, pasando por el respeto a la diversidad cultural, hasta el acceso a las TIC’s son condiciones que, cada cual a su medida, contribuyen a brindar herramientas útiles para que se dé una comunicación justa entre los países. Es importante, asimismo, estar prevenidos de las circunstancias por las que atraviesa el mundo de los medios de comunicación, ya que sólo de esta manera es posible vigilar nuestros propios comportamientos, procedimientos y expectativas en nuestro trabajo con los colectivos. Pues, de lo contrario, puede ocurrir que seamos sólo réplicas de las injusticias que se ejercen desde los países hegemónicos.






Oscar Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo Toribio de Mogrovejo”

MODERNIDAD, POSTMODERNIDAD Y MODERNIDADES: DISCURSOS SOBRE LA CRISIS Y LA DIFERENCIA

La modernidad se caracterizó por la búsqueda concienzuda de la verdad realizada con espíritu crítico, y dicha crítica fue circunstancia voluntariamente propiciada con el fin de acceder al conocimiento profundo de la realidad para lograr su ansiada transparencia, es decir, un estado en el cual la realidad, habiendo sida estudiada exhaustivamente, aparecería como al desnudo: esto representaría un conocimiento absoluto, la corona de gloria digna de la Diosa Razón. Pero, como tal, es un proceso – o fenómeno – que tuvo lugar sólo en Europa y en Estados Unidos, en la cual el movimiento modernizador se tradujo en desarrollo de la ciencia, la técnica y aun en el ámbito filosófico. Sin embargo, su esencia mutó con el discurrir del tiempo, y al sonido mecanizado de las fábricas de la revolución industrial, dejó de ser “experiencia crítica que alienta movimientos para convertirse en ideología y culto  lo moderno”. Culto compulsivo, que se tradujo en afán creciente de acceder a nuevos estilos de vida, basada en la concepción económica del progreso humano, y que constituiría el germen de la tendencia consumista de la que, hoy más que nunca, tenemos patentes testimonios en nuestra sociedad.
Al vaciarse de la disertación teórica propia del ambiente auténticamente crítico e ilustrado, las naciones modernas sufrieron una mutación de carácter cultural que contribuye sustancialmente a explicar el ulterior panorama postmoderno: la pérdida del sentido de la realidad. Al progresar los avances tecnológicos, abocados a la sola misión de su propio desarrollo, los orfebres del modernismo fueron descubriendo que la realidad poseía horizontes muchísimo más vastos de lo que ellos habían sido capaces de imaginar, y que a medida en que se profundizaba en el conocimiento de los aspectos específicos que estudiasen, el avanzar hacia el extremo de la rama necesariamente implicaba la pérdida de vista del tronco: significaba renunciar a la posibilidad de la unificación del conocimiento para asumir que la realidad, si había de ser conocida a profundidad, sólo lo sería de manera siempre especializada, fragmentada.
Desde entonces, el estudio de la ciencia-técnica (porque, cabe decirlo, ambas se toman en la actualidad de manera siempre correlativa, una al servicio de la otra) se ha especializado. Vivimos en una sociedad en la cual el grado de especialización el valor agregado a la persona. O, mejor dicho, representa un valor agregado para la misma en un contexto de mercado. Podemos decir que el hombre moderno, ante la magnitud de la información  con la que cuenta sobre la realidad y la complejidad de la misma, se ha percatado de la utopía que representa acceder al conocimiento absoluto de la realidad. Y he aquí que la realidad total se desfragmenta para el hombre moderno, pero esto no ocurre ya como método, sino que se asume como parte misma de la realidad: irónicamente, Jesús Martín-Barbero refiere una situación que se asemeja a la fábula de la zorra que, al no poder alcanzar las uvas, las da por verdes para justificar el hecho de no poseerlas. El hombre moderno encuentra su límite ante las inalcanzables fronteras de la realidad, pero asume la fragmentación como aspecto natural de la misma cuando, en realidad, ella sólo es el método humanamente necesario para acceder al conocimiento de parte de la realidad. Y dada su opción, la consecuencia es la pérdida del sentido de la realidad. Con esta artificio, la realidad pasa a ser un terreno incierto: no existen valores absolutos, ni éticos ni morales, que llenen de sentido la vida moderna. Y de ello se desprende “un malestar”, “una imprecisa y ambigua conciencia de un cambio de época que (…) articula dos movimientos: uno de rechazo a la razón totalizante y su objeto, y otro de búsqueda de una unidad no violenta de lo múltiple, con la consiguiente revaloración de las fracturas, los fragmentos y las minorías (…)”, a la que Barbero denomina Postmodernidad.
Así identificada la Postmodernidad, ella revela una profunda necesidad humana: la de poseer un sentido en la vida no de orden material, sino de una naturaleza superior, que le provea de valores trascendentes. Hay una necesidad de trascendencia humana que la modernidad ha dejado al descubierto al tornarse postmodernidad.

La otra parte de la reflexión la complementa el reconocimiento no de una sola modernidad, sino de varias modernidades, las que son emblemas de las naciones latinoamericanas. El proceso por el cual ellas acceden a la modernidad difiere en mucho del proceso europeo: su carácter no es, como en el del viejo continente, de carácter científico o filosófico, sino de carácter artístico y político. Adquiere elementos de filosofías europeas, pero “eso no lo reduce a mera importación e imitación, porque como lo demuestra la historia cultural y la sociología del arte y la literatura, ese modernismo es también secularización del lenguaje, profesionalización del trabajo cultural, superación del complejo colonial de inferioridad y liberación de una capacidad ‘antropofágica’ que se propone ‘devorar al padre tótem europeo asimilando sus virtudes y tomando su lugar’”. Y es que los contextos no son los mismos, ni las sociedades poseen las mismas aspiraciones: al hacer una definición eurocentrista de la modernidad y proceder a calificar a los pueblos latinoamericanos en función a este criterio como “conformistas” o “alienados”, no se está adoptando una posición objetiva del contexto para valorar que este determina la naturaleza de las necesidades, y que estas reciben su valor real en función de los individuos que las experimentan. Una característica del panorama modernizador latinoamericano es que, pese a poseer diferentes legados culturales, en su proceso se encontraron solidariamente unidos por una ambición sola: la de emancipación. De alguna manera, ello engendró un vínculo  entre estas naciones, y que se traduce en constante intercambio cultural, en mayor o menor grado. Y otra característica la representa por una alta tendencia a la hibridación. Los pueblos latinoamericanos incorporan constantemente en su acervo cultural características de otras culturas, pero no se puede decir que se alienan completamente, pues estas importaciones rarísimas veces se mantienen en su condición primigenia, sino que son incorporadas, modificadas y apropiadas. De aquí que los pueblos latinoamericanos no posean sólo una modernidad, sino varias modernidades, relacionadas entre sí por el vínculo histórico de sus orígenes. Esta condición obliga a repensar la visión de modernidad, con dos consecuencias: a) “la modernidad no es lineal e ineluctable resultado en la cultura de la modernización socioeconómica, sino el entretejido de múltiples temporalidades y mediaciones sociales, técnicas, políticas y culturales”; y b) “quedan fuertemente heridos los imaginarios (…) que oponen irreconciliablemente tradición y modernidad”.



Estas reflexiones pueden marcar la pauta de los comunicadores que trabajan proyectos para el desarrollo: asistimos a una época en la cual se padece una falta de sentido que se pretende llenar ineficazmente con información y consumo; y cuidar que el proyecto de desarrollo planteado no mire específicamente un solo aspecto, cuales pueden ser el político o el económico, entre otros, sino que ha de tender a la integración de todos los aspectos que componen en sí el desarrollo humano integral.


Oscar Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo Toribio de Mogrovejo”

“Comunicación Participativa: ¿El nuevo paradigma?”

“Comunicación Participativa: ¿El nuevo paradigma?” nos habla acerca de la comunicación participativa tomada como concepto en el contexto actual del discurso sobre la comunicación para el desarrollo.  En principio, afirma la necesidad de un cambio de mentalidad en los comunicadores para cambiar el esquema tradicional de la comunicación social, el cual se ha caracterizado hasta ahora por su verticalidad, unidireccionalidad y linealidad en cuanto al flujo de mensajes, con el esquema tradicional emisor – mensaje – receptor.
Respecto a esta afirmación, la verificamos en los medios comerciales principalmente, dado que estos buscan lograr comportamientos específicos. La televisión en mayor medida, pero también la radio y la prensa actual realizan estudios de audiencias con el fin de conocer qué es lo que más le impresiona al público, aquello que llamará su atención sin lugar a duda, y se lo proporciona indiscriminadamente. Los contenidos de los programas no son aportantes, pero generan altas audiencias, altos niveles de sintonía con los que satisfacer las demandas del público anunciante. No se busca conocer las aspiraciones profundas de las personas que conforman las audiencias, porque el interés de los productores se centra en legitimar patrones de conducta que beneficien a los anunciantes, que son quienes sostienen dichas empresas de comunicación. La comercialización de la comunicación excluye la posibilidad de participación.
El nuevo modelo de comunicación debe estar basado en el diálogo, requiriendo mayor habilidad para escuchar e integrar al público en la toma de decisiones. Luego de presentar algunos paradigmas claves sobre el desarrollo como fin de los procesos de comunicación social, Servaes y Malikhao pasan a mostrar que el desarrollo no puede ser definido al margen del contexto de las comunidades, ni circunscribirse sólo al progreso económico o político. Existe una interdependencia entre las comunidades que coexisten, sean del nivel que sean: ninguna es plenamente autosuficiente y autónoma, a la vez que ninguna está plenamente determinada por influencias externas. Es por ello que no se puede hablar del desarrollo como un estilo de vida tal o cual, homogéneo en todas partes, al cual todos los pueblos deben aspirar. Para evaluar el desarrollo de una comunidad, antes debemos evaluar los cambios en ella. En realidad, el desarrollo es una noción integral y abarca diversos ámbitos, los cuales, siendo los mismos en cuanto a la esencialidad de los criterios, no se manifiesta de las mismas formas de una sociedad a otra, ya que el cambio siempre es la respuesta a un contexto. Así, se puede considerar no un desarrollo, sino una multiplicidad de desarrollos, los cuales deben ser aceptados y respetados por las comunidades vecinas.
La comunicación participativa representa un desafío a la comunicación social. Al hablar de comunidades de menor escala, esto es, centros poblados, barriadas o instituciones educativas, entre otras, poner en práctica el diálogo exige un trabajo constante, laborioso y paciente. ¿Cómo poner en práctica la comunicación basada en el diálogo en un macrosistema de colectivos, dando la posibilidad de que todos expresen su propia palabra? De otro lado, nos exige un aprendizaje del respeto a las diferencias ajenas. La puesta en práctica de la comunicación en este sentido  nos llevaría a considerar y asumir las diferencias de cada comunidad, contribuyendo a generar una mayor identidad local.

Oscar Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo Toribio de Mogrovejo”

Haciendo un contraste entre difusión y comunicación participativa, tenemos que la difusión ha seguido siempre una estrategia lineal, teniéndose la idea de que los medios sólo debían recomendar al público qué hacer para alcanzar un estilo de vida más desarrollado; mientras que la comunicación participativa busca establecer una horizontalidad, al involucrar a la comunidad en lo concerniente a los contenidos a transmitirse, así como también la producción de estos mensajes. Esta forma de ejercer la comunicación promueve la afirmación de la identidad cultural, el respeto y la pluralidad. La comunicación participativa, según Paulo Freire, consiste en dar cabida a las personas para que ellas mismas expresen sus propias palabras. De lo que no cabe dudar es que la comunicación interpersonal logra influir más en el comportamiento que la difusión “masiva”. Algunos medios, por ello, emplean estrategias que incluyen etapas en que, primeramente, se hace contacto personal con las audiencias, para luego pasar a la comunicación a gran escala, desde medios “masivos”.

La comunicación interpersonal tiene una valor superior a las demás formas de comunicar. El contacto de persona a persona es necesario para que se dé una auténtica comunicación para el participativa. Algo de lo que no puede prescindir el comunicador antes de plantear un proyecto desarrollista es de la interacción con la comunidad con la que desea trabajar, pues para conocer sus necesidades y demandas, necesita volverse “uno más”. Es preciso trascender la barrera de la formalidad y establecer contacto entre productores y la comunidad, a fin de afianzar el nexo entre el medio y la comunidad.
Existen dos enfoques principales que definen la comunicación participativa. Por un lado, Paulo Freire centra su atención sobre el estilo dialogal que necesariamente debe existir en el proceso comunicativo para que se pueda hablar de comunicación participativa; estilo fundamentado en un profundo respeto al derecho de cada persona de expresar su propio pensamiento. Y se inclina a la vez por la búsqueda de soluciones colectivas para el tratamiento de problemas colectivos. Para Freire, la comunicación participativa es el medio por el cual los oprimidos pueden escapar de la dominación de las empresas trasnacionales de comunicación: se aprecia en él una cierta inclinación al marxismo.
De otro lado, tenemos el enfoque aportado por la UNESCO en 1977.  La UNESCO incide sobre la definición de tres términos, a saber: acceso, participación y autogestión. EL acceso es entendido como el “uso de los medios a favor del público”, la posibilidad que tienen de elegir sus programas y sus contenidos; la participación es el involucramiento también en la producción de los programas; y, finalmente, autogestión es la capacidad de decidir que tiene la comunidad sobre los asuntos del medio como empresa, así como en el diseño de planes y políticas del medio. En este enfoque, cabe la posibilidad de una gradualidad en la forma como se van ejerciendo.
Lo anteriormente señalado son aspectos que definen la comunicación participativa en sus aspectos esenciales. Todo proyecto de comunicación participativa que se planteé, para ser tal, debe cuidar corresponder con las características anotadas: el diálogo con la comunidad, en constante esfuerzo por hacer la comunicación medio – comunidad lo más horizontal posible; orientarse hacia el desarrollo, no visto como paradigma único e indistinto en todo lugar, sino como cambio constante por el cual la comunidad genera soluciones colectivas sin renunciar a su identidad cultural; permitir el acceso de la comunidad a los medios para que puedan elegir lo que quieren recibir de ellos, y la participación, esto es, involucrarlos en la producción de los mensajes que desean recibir. El papel del comunicador pasa por ser facilitador de estos procesos, y requiere ser consciente de los criterios anteriores para desempeñar el papel que le corresponde.