lunes, 17 de junio de 2013

MODERNUS INTERRUPTUS: LAS OTRAS IDEAS DEL DESARROLLO

Modernización y desarrollo. Dos categorías que han inspirado los más variados discursos sobre comunicación y sociedad desde que, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, quedara patente el gran potencial de influencia que los medios de comunicación masivos podían ejercer sobre grupos humanos, hasta nuestros  días, en que ya no se habla de una sola concepción de desarrollo, sino que se ha evolucionado al reconocimiento de varias expresiones de desarrollo, pese a que en el campo de la realidad, se presentan aún fuertes contradicciones en lo que a desarrollo respecta.
La interrogante que da inicio a esta disertación sobre las diferentes nociones de desarrollo se proyecta al planteamiento de una definición convincente ante un contexto que ejerce criterios originarios de mediados del siglo XX: ¿Qué es el desarrollo? Mediante una revisión histórica de dicha noción, Sandro Velarde hace un breve recuento de los orígenes de la cuestión del desarrollo. El punto histórico referencial donde podemos ubicar los primeros esbozos de discursos acerca del desarrollo se remonta al fin de la Segunda Guerra Mundial. Estados Unidos se constituyó una potencia a nivel mundial, destacándose, sobre todas las cosas, por su bonanza económica y su estilo de vida sumamente holgado – y marcado por el consumo y la producción en masa. Ante la inminencia de una “guerra fría”, en la que capitalismo y comunismo se enfrentarían, Estados Unidos previó, como una manera de evitar el avance del comunismo aplicar la política del “buen vecino”, alimentando las economías de muchas naciones del Tercer Mundo. La concepción hacia la cual la potencia norteamericana se inclinaba mayoritariamente pasaba por considerar la modernización como “el proceso por el cual los individuos modifican un estilo de vivir, aumentando su complejidad e inclinándose por los adelantos de la tecnología y los cambios rápidos, en tanto que desarrollo se entiende como un tipo de cambio social en el que se introduce nuevas ideas en el sistema, con el fin de producir elevaciones en los ingresos per cápita y mejores niveles de vida, por medios de producción más modernos y mejoras en la organización social”.



Capacidad de consumo y acceso a la tecnología eran los factores esenciales del desarrollo estadounidense durante la década de los 50 y, correspondientemente, se asumió que dicho estilo de vida sobrevendría como consecuencia natural al poner a las masas subdesarrolladas en contacto con ambos factores, dinero y tecnología. Como suplemento para incentivar en los pueblos del Tercer Mundo las altas aspiraciones de desarrollo es que WilburSchramm  plantea una teoría acorde con la concepción funcional de la comunicación social – se tenía en mente que los medios ejercían un efecto directo sobre los comportamientos –, según la cual los medios de comunicación debían ser puestos al servicio de las masas subdesarrolladas, para hacer posible su modernización. Nobles aspiraciones, a primera impresión, pero ¿a qué se refería Schramm con poner los medios al servicio del desarrollo de los pueblos atrasados? Quiere decir que “la comunicación moderna debía ponerse al servicio del desarrollo de los países atrasados y que el creciente flujo de información sería un elemento importante para configurar un sentimiento nacionalista a favor del desarrollo”. “Basándose en las investigaciones de la Mass Communication Research, con fuerte influencia conductista sobre el análisis funcional de la comunicación que hace referencia a las funciones del proceso comunicativo, dichas funciones tienen como misión la vigilancia o supervisión del entorno, sobre todo informar sobre las bondades del desarrollo, la correlación de distintas partes de la sociedad en su respuesta al entorno, o sea sugerencias de cómo reaccionar ante los acontecimientos, en este caso, la asimilación mágica de la modernidad y por último, la transmisión de la herencia social de una generación a la siguiente, es decir la capacidad de transmitir valores y comportamientos “civilizados” de una generación a otra, de este modo asegurar y garantizar a largo plazo la concientización de las “masas” subdesarrolladas sobre la importancia de los procesos de desarrollo”.
En la actualidad, se puede decir que el esquema comunicativo empleado por Estados Unidos se ha mantenido en su esencia. Los contenidos transmitidos por los medios distan mucho de ser equilibrados culturalmente, pues en la gran mayoría de casos, hay siempre una alta cuota de contenidos que hacen alusión al estilo de vida norteamericano. Se puede verificar con un mínimo de observación que, en Perú, la alta valoración dada a los estereotipos relacionados con la cultura estadounidense (tipo de música, estilo de vestir, jergas, apariencia física, patrones de comportamiento familiar y social, entre otros). Del total de películas que llegan a nuestras salas de cine, cuando menos la mitad son de procedencia estadounidense. Otro tanto sucede con la radio – en dicho medio es más difícil controlar los contenidos, pero también se da, sobre todo en las afiliadas a grandes cadenas –, en la cual podemos apreciar la gran popularidad de que gozan temas musicales o estilos de locución alusivos a Norteamérica.
El modelo planteado por Schramm es eminentemente vertical, y supone un menosprecio a todo lo que culturalmente difiera con el paradigma de desarrollo, que para el caso de Latinoamérica es Estados Unidos. En coherencia con lo anterior, el tratamiento dado a los públicos como “masas” deshumaniza al colectivo, legitimando así la omisión a toda iniciativa que pretenda reivindicar en el público el derecho a ejercer su derecho, tanto colectivo como a nivel individual, a la comunicación. Y menos aun considera la posibilidad de la participación: las masas deben ser formadas y han de ser necesariamente pasivas.
Posteriormente quedaría comprobado que la tecnología no tenía el carácter determinista que se le atribuyó en un principio. Entonces se cuestionaría la dependencia existente en los países subdesarrollados hacia los países desarrollados, la cual, según los defensores de la teoría de la dependencia, tendría en cuenta factores políticos, económicos, sociales y culturales. Esta teoría dio origen a varias iniciativas por reacción, entre ellas el Nuevo Orden Mundial de la Informacióny la Comunicación. En este último se haría mención, entre otros puntos, un pesimismo en la programación con todo aquello que proviene del Tercer Mundo, en contraste con la sobredimensión de lo concerniente a los países desarrollados.
Finalmente, en las últimas décadas, las Nuevas Tecnologías de la Información y la Comunicación aparentemente han contribuido a democratizar la comunicación en el mundo. Pero esto definitivamente sigue siendo relativo. Se da una concentración escandalosamente mayor de las TIC’s en los países desarrollados que en los  denominados “en desarrollo”, habiendo como precedente una negativa de aquellos para aportar un presupuesto que favorezca un mayor flujo de TIC’s en éstos últimos.
Los comunicadores no debemos ser ajenos a estos aspectos de coyuntura. Desde el equilibrio de los contenidos, pasando por el respeto a la diversidad cultural, hasta el acceso a las TIC’s son condiciones que, cada cual a su medida, contribuyen a brindar herramientas útiles para que se dé una comunicación justa entre los países. Es importante, asimismo, estar prevenidos de las circunstancias por las que atraviesa el mundo de los medios de comunicación, ya que sólo de esta manera es posible vigilar nuestros propios comportamientos, procedimientos y expectativas en nuestro trabajo con los colectivos. Pues, de lo contrario, puede ocurrir que seamos sólo réplicas de las injusticias que se ejercen desde los países hegemónicos.






Oscar Terrones Juárez, Docente de Comunicación para el Desarrollo de la Universidad “Santo Toribio de Mogrovejo”

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